"No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños".

» Cicerón (106 AC-43 AC), escritor, orador y político romano.

viernes, 28 de febrero de 2014

GEORGE ORWELL, EL MILICIANO

               Su vital experiencia en la Guerra Civil Española
Miliciano en la Guerra Civil española y escritor  
     Erik Arthur Blair, autor de grandes obras de la literatura universal como Rebelión en la Granja o 1984, mundialmente conocido como George Orwell, llegó a España como periodista un 26 de diciembre de 1936, a los pocos meses de estallar la Guerra Civil Española. El mismo día de su llegada a Barcelona, dejaría el periodismo para alistarse en la milicias del antiestalinista POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Puro azar. Un hecho azaroso que marcaría decisivamente su vida, su pensamiento político y su obra futura.



  A su llegada a Barcelona, la atmósfera revolucionaria de la Barcelona republicana cautivó a Orwell desde el primer minuto, empujándole a enrolarse en las milicias. Él mismo describió así el ambiente de la ciudad:

       El aspecto de Barcelona resultaba soprendentemente irresistible. Por primera vez en mi vida, me encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas. Casi todos los edificios, cualquiera que fuera su tamaño, estaban en manos de los trabajadores y cubiertos con banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas; las paredes ostentaban la hoz y el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios; casi todos los templos habían sido destruidos y sus imágenes, quemadas. Por todas partes, cuadrillas de obreros se dedicaban sistemáticamente a demoler iglesias. En toda tienda y en todo café se veían letreros que proclamaban su nueva condición de servicios socializados; hasta los limpiabotas habían sido colectivizados y sus cajas estaban pintadas de rojo y negro. Camareros y dependientes miraban al cliente cara a cara y lo trataban como a un igual. Las formas serviles e incluso ceremoniosas del lenguaje habían desaparecido. Nadie decía "señor" o "don" y tampoco "usted"; todos se trataban de "camarada" y "tú", y decían "¡salud!" en lugar de "buenos días".



EL FRENTE DE ARAGÓN
 
Orwell es el más alto
Orwell es el tercero empezando por arriba a la derecha, el más alto de la fotografía
      En seguida fue destinado al frente de Aragón, donde la falta de armas y disciplina había estancado el avance republicano a las puertas de la capital aragonesa. Orwell recaería concretamente en el frente de Zaragoza, que describiría de la siguiente forma:

          Yo estaba integrando, más o menos por azar, la única comunidad de Europa occidental donde la conciencia revolucionaria y el rechazo del capitalismo eran más normales que su contrario. En Aragón se estaba entre decenas de miles de personas de origen proletario en su mayoría, todas las cuales vivían y se trataban en términos de igualdad.


        Con todo, creo que ni siquiera en tiempos de paz sería posible viajar por esta parte de España sin sentirse impresionado por la miseria peculiar de las aldeas aragonesas. Están construidas como fortalezas: una masa de casuchas hechas de barro y piedras, apiñadas alrededor de la iglesia. Ni siquiera en primavera se ven flores. Las casas no tienen jardines, sólo cuentan con patios donde flacas aves de corral resbalan sobre lechos de estiércol de mula.



        ...el olor característico de la guerra, según mi experiencia, una mezcla de excrementos y alimentos en putrefacción.



       Cinco cosas son importantes en la guerra de trincheras: leña, comida, tabaco, velas y el enemigo. En invierno, en el frente de Zaragoza, eran importantes en ese orden, con el enemigo en un alejado último puesto. No siendo por la noche (...) nadie se preocupa por el enemigo. Lo veíamos como a remotos insectos negros que ocasionalmente saltaban de un lado a otro. La verdadera preocupación de ambos ejércitos consistía en combatir el frío.



       Desde luego había bajas, pero en su mayoría no eran causadas por el enemigo. Los primeros cinco heridos que vi en España debían sus lesiones a nuestras propias armas. Nuestros gastados fusiles constituían un verdadero peligro. Algunos de ellos dejaban escapar un tiro si la culata de golpeaba contra el suelo. (...) Y en la oscuridad, los reclutas novatos se tiroteaban entre sí.



      Su descripción de las milicias republicanas, de los hombres junto a los que combatía hombro con hombro, es también digna de mención:


      Resulta difícil concebir un grupo más desastroso de gente. Nos arrastrábamos por el camino con mucha menos cohesión que una manada de ovejas; antes de avanzar cuatro kilómetros, la retaguardia de la columna se había perdido de vista. La mitad de esos llamados hombres eran criaturas, realmente criaturas, de dieciséis años como máximo. Sin embargo, todos se sentían felices y excitados ante la perspectiva de llegar por fin al frente.


      Admito que, a primera vista, el estado de cosas en el frente me horrorizó. ¿Cómo demonios podía ganar la guerra un ejército así?



      Si bien más tarde matizaría: El mero hecho de que las milicias hayan permanecido en el frente constituye un tributo a la fuerza de la disciplina revolucionaria, pues hasta junio de 1937 lo único que las retuvo allí fue la lealtad de clase. (...) Un ejército de reclutas en las mismas circunstancias y sin una policía militar para vigilarlos hubiera retrocedido. Las milicias en cambio defendieron sus posiciones.




LAS JORNADAS DE MAYO DE 1937

Francisco Largo Caballero
      Orwell sería más tarde trasladado a Huesca, donde participaría en el fallido asedio a la ciudad hasta su relevo el 25 de abril de 1937, llegando a Barcelona al día siguiente. A tiempo para vivir y participar de las barricadas en las Jornadas de Mayo del 37. El entonces Presidente de la República, Francisco Largo Caballero, ya había abandonado su postura descentralizadora y colectivista de las primeras etapas de la guerra y se había percatado de lo absolutamente necesario que era restarurar la autoridad del Estado republicano. En tal marco de acontecimientos, como parte de la recuperación de competencias estatales, guardias de asalto republicanos leales al gobierno tomaron la central Telefónica en Barcelona, controlada hasta entonces por la CNT-FAI.

       Dicho acontecimiento desataría tres días de revueltas y enfrentamientos callejeros entre las fuerzas gubernamentales y las fuerzas anarquistas en una insólita alianza con el POUM. Orwell haría guardia en el tejado del Teatro Poliorama de La Rambla, vigilando a los guardias de asalto que se habían atrincherado justo en frente, en el Café Moka, situado pared con pared con la sede del POUM, en el actual Hotel Rivoli. Orwell no llegaría a hacer ni un solo disparo en aquellos tres días. Él mismo describía su situación de la siguiente manera:

      Yo solía sentarme en la azotea, maravillándome de la estupidez de todo aquello. Desde los ventanucos del observatorio podía abarcar kilómetros a la redonda, una interminable sucesión de edificios altos y esbeltos, de cúpulas de cristal y de fantásticos tejados curvos, con brillantes tejas de color verde o cobrizo. (...) A la derecha, los barrios obreros eran un sólido bastión anarquista; a la izquierda (...) bajo el control del PSUC y los Guardias Civiles. En la parte alta de las Ramblas la situación era tan complicada que hubiera sido completamente ininteligible sin las banderas que había en cada edificio.

      Al final, el gobierno se haría con el control de la situación, que se resolvería, como el propio Orwell indicara, de la forma en que sigue: 


      La ciudad en los siguientes días se sumiría en una guerra de posiciones entre las diferentes facciones que se resolverá en la salida de la CNT del gobierno de la Generalitat y la muerte de 300 personas y miles de heridos.




VUELTA AL FRENTE

      Tras otros tres días desde los sucesos de mayo, Orwell regresó al frente de Huesca ostentando el grado de teniente. Había ya empezado la adhesión de las milicias al Ejército Popular Republicano, un ejército centralizado y mecanizado a las órdenes del Gobierno, por lo que la disciplina militar iba extendíendose por la tropa. En estas circunstancias, recién caído en el frente, Orwell recibió un disparo en el cuello, quedando herido de gravedad. Resulta particularmente interesante leer, en palabras de un genio literario de su talla, la experiencia de recibir una herida de bala:

      A las cinco de la mañana me encontraba en el vértice del parapeto. Esa hora siempre era peligrosa. Teníamos la aurora a nuestras espaldas y si se asomaba la cabeza quedaba claramente recortada contra el cielo (*hecho que resulta aún más problemático teniendo en cuenta la enorme estatura de Orwell). Estaba hablando con los centinelas antes del cambio de guardia. De pronto, en mitad de una frase, sentí...por decirlo de alguna manera, tuve la sensación de encontrarme en el centro de una explosión. Hubo como un fuerte estallido y un fogonazo cegador a mi alrededor, y sentí un golpe tremendo, no dolor, sólo una descarga eléctrica. Luego la sensación de absoluta debilidad, de haber sido reducido a nada. Los sacos de arena frente a mí se alejaron a una distancia inmensa. (...) Supe de inmediato que estaba herido...Todo ocurrió en un espacio de tiempo inferior a un segundo. Al instante siguiente se me doblaron las rodillas y caí hasta dar violentamente con la cabeza contra el suelo. Tenía perfecta conciencia de estar malherido, experimentaba una sensación de torpeza y aturdimiento, pero no sufría ningún dolor tal como se entiende normalmente.
      En cuanto supe que la bala me había atrvesado limpiamente la garganta di por sentado que no tenía salvación. Nunca había oído hablar de un hombre o de un animal que sobreviviera a un balazo en el cuello (...). Me pregunté cuanto se dura con la carótida cortada; pocos instantes, seguramente. Deben haber pasado unos minutos durante los cuales supuse que estaba muerto.También eso resulta interesante, saber que clase de pensamientos se tienen en semajante situación. Mi primer pensamiento, bastante convencional, fue para mi esposa. Luego me asaltó un violento resentimiento por tener que abandonar este mundo que, a pesar de todo, me gusta (...). Pensé en el hombre que me había disparado, me pregunté si era español o extranjero, si sabía que me había herido. No experimentaba rencor contra él. Me dije que, tratándose de un fascista, lo habría matado de haber podido, pero que si lo hubieran tomado prisionero y traído ante mí, en ese momento me habría limitado a felicitarlo por su buena puntería. Puede ser que cuando uno se está muriendo realmente se piense de manera diferente.
      Acababan de colocarme en la camilla cuando mi brazo paralizado volvió a la vida y comenzó a dolerme intensamente...el dolor me reconfortaba porque sabía que las sensaciones no se tornan más agudas cuando uno se está muriendo. 


LAS PURGA DEL POUM

Presidente de la Segunda República
Juan Negrín
      Orwell pasaría los meses siguientes en hospitales de Barbastro, Lérida, Tarragona y Barcelona. De vuelta en la ciudad condal los médicos le habían comunicado que jamás recuperaría toda la movilidad de subrazo y que su voz permanecería por siempre en susurros (*diagnósticos, ambos dos, que resultarían afortunadamente falsos). Pseudo tullido y con el ánimo por los mínimos, descubrió a su vuelta que la atmósfera igualitaria y revolucionaria que conociera había desaparecido. Desde el 17 de mayo de 1937, tras los sucesos de Barcelona, Juan Negrín, socialista moderado, ostentaba la presidencia de la República. Su Gobierno intensificó la política de centralización iniciada por su antecesor en una coyuntura de  dependencia militar y diplomática de la URSS que resultaba aplastante. Esta poderosa situación de dependencia coincidió en el tiempo con el punto más álgido de las purgas paranoicas de Stalin. De modo que cuando el dictador ruso decidiera extender sus actividades políticas a España, poco o nada pudo hacer el presidente español para oponerse a los designios de Stalin.

      El partido en el que militaba Orwell, el POUM, era un partido de significación trotskista, que si bien a un lego en la materia le puede sonar a "comunismo puro y duro", lo cierto es que la divergencia entre los trotskistas y los partidos comunistas o stalinistas era notable: los primeros, seguidores del caído en desgracia Trotski, probagaban una revolución a nivel mundial, y equiparaban e incluso anteponían la revolución a la lucha contra el fascismo; por contra, los segundos propugnaban la revolución a nivel estatal, dando prioridad a la victoria sobre cualquier otra consideración política o social.

      El Gobierno de Negrín, impelido por Moscú y ante la necesidad de acabar con disidencias internas, decretaría la disolución del POUM y detendría a sus más destacados dirigentes acusados de actuar a las órdenes de Berlín en un complot trotskisto-fascista. Orwell describiría así aquella atmósfera control gubernamental y de persecución política:

      Atmósfera de pesadilla... peculiar malestar creado por rumores siempre cambiantes, la prensa censurada y la presencia continua de hombres armados (...). Los estalinistas tenían la sartén por el mango y, por lo tanto, se daba por descontado que todo trotskista estaba en peligro.


      No había manera de saber el número de personas presas . Mi esposa había oído decir que solamente en Barcelona llegaban a cuatrocientas (...). Se produjeron cosas increíbles. La policía llegó a sacar de los hospitales a varios milicianos gravemente heridos.



      Aperentemente, la disolución del POUM tenía un efecto retroactivo; el POUM era ahora ilegal y, por tanto, uno violaba la ley al haber pertenecido antes a él. Como de costumbre, no se hizo acusación alguna contra ninguna de las personas arrestadas (...). Sólo sabíamos vagamente que los líderes del POUM y probablemente todos nosotros éramos acusados de estar a sueldo de los fascistas. Y ya circulaban rumores de fusilamientos secretos en la cárcel. Había mucha exageración en todo esto, pero sin duda ocurrió en algunos casos y casi seguramente en el de Nin (*Andrés Nin era la personalidad más importante del POUM, uno de los fundadores de la Tercera Internacional que se había unido a Trotski poco después del exilio de éste. Nin sería separado de los otros prisioneros y llevado en secreto a la prisión de Alcalá de Henares, donde sería torturado e interrogado por el coronel Orlov, agente de Stalin, quién no consiguió obtener la confesión deseada y acabó asesinándolo fingiendo un secuestro por miembros de la Gestapo y contraviniendo las órdenes de Negrín).




HUIDA DE ESPAÑA
 
      Ante tan nefastos acontecimientos, desmoralizado y medio inválido por su herida de guerra, Orwell optó por la única salida que le quedaba: huir. Así, Orwell cambió el mono de miliciano por las mejores galas que pudo encontrar, compró billetes en primera clase para Francia y escapó de España en tren junto a su esposa haciéndose pasar por turistas ingleses. Ya en territorio francés y rumbo a Inglaterra, describió así su partida:

      Cómodamente sentado sobre blandos almohadones del tren de enlace con el barco, resulta difícil creer que realmente ocurre algo en alguna parte. ¿Terremotos en Japón, hambrunas en China, revoluciones en México? No hay de que preocuparse, la leche estará en el umbral de la puerta mañana temprano y el New Statesman saldrá el viernes (...). Allí, en el sur de Inglaterra...todos durmiendo el sueño muy profundo, del cual muchas veces me temo que no despertaremos hasta que no nos arranque del mismo el estrépito de las bombas.

      A modo de conclusión de toda su experiencia en la Guerra Civil Española, ¿que mejor que las palabras del propio Orwell?:


      Por curioso que parezca, toda esta experiencia no ha socavado mi fe en la decencia de los seres humanos, sino que, por el contrario, la ha fortalecido.


      La Guerra Civil Española marcaría profundamente a Orwell en lo más profundo de su ser, cambiando su forma de concebir el Mundo, marcando de forma indeleble su formación política e influyendo más que notablemente en sus obras futuras, algunas de las cuales han pasado a formar parte de los grandes títulos de la literatura universal.

durante la Guerra Civil Española
Orwell con la tropa. Es la cabeza que sobresale al fondo a la izquierda.


SU VISIÓN DE LOS ESPAÑOLES
     
      Resulta particularmente interesante observar la visión y el concepto que Orwell se gestó sobre España y los españoles a lo largo de su experiencia en la Guerra Civil Española. Por lo general, Orwell admiraba el espíritu y carácter de los españoles, aunque también le exasperaban ciertos aspectos de la cultura española, como la máxima de "si hay que hacer algo, se hará mañana".

      Así describía Orwell a los españoles: desafío a cualquiera a verse sumergido, como me ocurrió a mí, entre la clase obrera española y a no sentirse conmovido por su decencia esencial y, sobre todo, por su franqueza y generosidad. La generosidad un español, en el sentido corriente de la palabra, a veces resulta casi embarazosa. Si uno le pide un cigarrillo, te obliga a aceptar todo el paquete. Y además de eso, existe una generosidad en un sentido más profundo, una verdadera amplitud de espíritu que he encontrado una y otra vez en las circunstancias menos promisorias.

      Pese a admirar la decencia, la franqueza y la generosidad españolas, lo que más enervó a Orwell fue la cultura del "mañana", que el mismo describía de la siguiente forma:

      (De los españoles) los extranjeros se sienten consternados por igual ante su ineficacia, sobre todo ante su enloquecedora impuntualidad. La única palabra española que ningún extranjero puede dejar de aprender es mañana. Toda vez que resulta humanamente posible, los asuntos de hoy se postergan para mañana; sobre esto, incluso los españoles hacen bromas. Nada en Espala, desde una comida hasta una batalla, tiene lugar a la hora señalada.

      Igualmente digna de mención por la repulsión que le produce, es su descripción de la Sagrada Familia, que confunde con la Catedral de Barcelona:

      Un edificio moderno y de los más feos que he visto en el mundo entero. Tiene cuatro agujas almenadas, idénticas por su forma a botellas de vino del Rin. A diferencia de la mayoría de iglesias barcelonesas, no había sufrido daños durante la revolución; se había salvado debido a su "valor artístico", según decía la gente. Creo que los anarquistas demostraron mal gusto al no dinamitarla cuando tuvieron oportunidad de hacerlo, en lugar de limitarse a colgar un estandarte rojinegro entre sus agujas.



FUENTES:
*JACKSON, Gabriel: La República Española y la Guerra Civil, Crítica, Barcelona, 2006
* ORWELL, George: Homenaje a Cataluña, Virus Editorial, Barcelona, 2008.


ENLACES DE INTERÉS:
- RUTA TURÍSTICA POR LOS ESCENARIOS DE "HOMENAJE A CATALUÑA" EN BARCELONA
ORWELL Y EL CAFÉ MOKA



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